Buscar en las hemerotecas de las bibliotecas hace que en algunas ocasiones te encuentres cosas tan sorprendentes como el texto que a continuación transcribo. Lo he encontrado en el Periódico Republicano ERA NUEVA, escrito en Cáceres, el 29 de
septiembre de 1911.
Cuento baturro.
El retrato
En la taberna del tío Melenas discutían
acaloradamente dos mozos de Maluenda, Juanico y Aniceto.
Lo que te digo yo –decía Juanico —y lo mesmo lo
sostengo aquí que en toás partes, es que la otra noche en la calle de la
Rúa de Dato de Calatayú, vi á Rafael, el hijo del boticario.
—Calla, embustero, más que embustero; qué vas a ver tú al
Rafaelico, contestó el Aniceto.
—¡Ridiós, qui lo hi visto!
—Pero, hombre, ¿me vas
hacer comulgar con piedras de molino?
—Yo no hago comulgar á naide, ca uno comulga si le
da la rial gana.
—No seas bruto, Juanico, que Rafael murió el año pasao;
aún ricuerdo que yo fui uno de los que llevaron al ciminterio y entodavía
hi visto yo, ni á los mas viejos de este pueblo ni hi oido dicir,
que de este ciminterio se haiga ido dengún defunto.
—Pues si no sia ido, yo lo vi.
—¿Sabes lo que ti digo?—que ni á ti ni á nadie
consiento que me ingañe.
—Yo no ingaño a nadie, y menos a tú, Aniceto.
—Tú me estás ingañando, porque estás hiciendo,
una cosa que no es de este mundo.
—¡Yo digo más verdá...!
—¡Mentiras son las que tú hices!
—Verdaes como templos.
—¿Verdaes?... Ahora lo vas á ver.
Y uniendo su acción a las palabras, atizó al pobre Juanico,
tan descomunal bofetada, que le hizo rodar por tierra.
—¡Pá que no mientas más, so embustero!
Repuesto de la impresión, enderezóse Juanico, y sacando de
su faja un enorme pistolón, decargólo sobre su contrario, atravesándole un
brazo.
Vengado el agravio, huyó Juanico con la rapidez de un gamo y
pronto se perdió en las sombras.
El tío Melenas que durante la cuestión, dormitaba,
despertólo el disparo, exclamando, entre dormido y dispierto:
—¡Ridiós, ó estoy soñando ó hi oido un tiro.
Restregose los ojos, y ya más tranquilo, vió que en el suelo había un hombre.
Se acercó hasta reconocer al herido.
—¿Maño?, ¿Aniceto? ¿Qué te pasa?
—Na, tió Melenas, ese cobarde que ha dao un
tiro en el brazo, pero no se apure usté que no ha sio na.
A la mañana siguiente intervino el juez municipal de
Maluenda en el suceso y mandó llamar a los contendientes.
—¿Se pué pasar?
—Ahilante quien sea.
—Güenos días, siñor juez.
—¡Hola, Juanico! Vamos a ver. ¿Nos vas á hicir la verdá
de toó lo que pasó anoche en la taberna del Melenas?
—Sí siñor.
—Venga, pues.
—Pus verá usté. Estábamos Aniceto y yo en la
taberna del tío Melenas bebiéndonos un jarro de vino, cuando le digo yo: ¿A que
no sabes, Aniceto, quién vi la otra noche en la calle de la Rúa de Calatayú?
<<¿A quién?>> --contestó él--. A Rafael el hijo del boticario, le
dije yo. Total: que él empezó á hicir que no lo había visto yo y yo que
sí, y él que no, y yo que sí, y creyendo que lo engañaba, fue y zás, me
dio una gofetá de cuello güerto que me hizo ver el cielo con
estrellas y tó. Yo, la verdá, siñor juez, al ver que me pegó,
eché mano á la faja, saqué la vizcaína y le di un tiro.
—¿Pus sabes lo que te digo? ¡qué eres un piazo e
bruto!
—¿Por qué...?
—Porque tras de tener razón, Aniceto, le diste un tiro.
—Eso de razón, no, siñor.
—¡Cómo que no!
—Como que no
—¡A ver si me vas á hicir a mi también que has visto
á Rafael!
—¡Otra qui Dios! ¿Pus no sé lo hi de dicir!
Lo mesmo que á el y a Dios.
—Pero piazo e animal, ¿no ricuerdas que
Rafaelico murió el año pasado?
—Sí, siñor, que ricuerdo.
—¿Pús cómo lo has visto?
—¡¡En un ritrato, maño!!
¡........................!
Pedro Martínez Gomar.