Al preparar los medios para el efecto, exclamó la joven: ¡No
consiento se me corte el brazo sin ir primero a visitar a la Virgen de la
Soledad de Maluenda, quien espero me lo ha de curar!
¡Cosa sorprendente! Sus
padres y circundantes ni habían oído denominar esta Virgen, ni pudieron
comprender como la enferma hubiese adquirido su noticia. Pero el amor paterno y
su buena fe hicieron suspender la operación y prepararse para venir con la hija
a su propuesta visita.
Vinieron, en efecto, y al concluir la misa que mandaron
celebrar, dijo la enferma: ¡Ya tengo bueno mi brazo! y al hacer movimiento se
desprendió un hueso fétido que todos vieron con asombro y gozo. Su padre le
quitó el vendaje y resultó verse el brazo árido y poco nutrido pero
cicatrizado, ágil y bueno.
A los dos meses volvieron a dar las gracias a la Virgen sin
novedad, y haciendo la joven los oficios y labores de sus sexo.
En el mismo libro se señala que una casada de Morenilla partido de Molina de Aragón, padecía
desde hace doce años un insufrible dolor de estómago rebelde a todo medicamento; se le agregó
además a tan penoso accidente una parálisis casi general, que le vino a imposibilitar
completamente. En este apuro, su consorte, le ofreció llevarla a visitar y
rogar personalmente a Nuestra Señora de la Soledad de Maluenda, sobre una
mula. Al llegar al Santuario bajó de la mula por su propio pie, quedando curada
por completo. Muchos años han vuelto a dar gracias y nos han referido que desde
aquel día no ha sentido más sus dolencias.
Otro nuevo milagro obró con una mujer de Fuentes de Jiloca, que era tenida por energúmena y fue llevada al Santuario para que
la exorcizara. Informado, pues de sus antecedentes, y haciendo algunas
observaciones de las que previene el Ritual, consideró Don Manuel Evaristo, que
verdaderamente había algo más en ella que una enfermedad o demencia y procedió
al efecto . Mandó colocarla ante la Sagrada Imagen de la Soledad y
situado el cura al lado del altar con la precaución debida, leyó el exorcismo en singular. Exorcizó y la mujer, con voz expresa y tono burlesco dijo en latín: Nom unus se
milla posidemus eam (No uno, sino mil lo poseemos). El cura casi se desmaya, ya
que no estaba acostumbrado ni era de los
más crédulos en materia de energúmenos, pero alentado por la Santísima Virgen,
procedió a leer el exorcismo en plural. La mujer a partir de ese momento se
tranquilizó. Marcharon a su pueblo y no tardaron mucho en volver a dar las
gracias y contar que al caminar hacia Fuentes se desmontó violentamente al
pasar por las ruinas de la ermita de San Marcos, se sentó y dijo: No hay más
orden; aquí nos quedamos. Y desde entonces seguía en su estado normal.